«Nacido en Córdoba en 1488 y muerto en Sevilla en 1539, hijo del descubridor de América, Cristóbal Colón, ha sido el mejor bibliófilo que ha existido, no solo en el siglo XVI, sino hasta el día. Dedicó toda su vida a la adquisición de libros de todos los ramos del saber humano, para lo cual, a pesar de las dificultades en los medios de comunicación de aquella época, viajó por toda Europa en busca de los mismos, teniendo por costumbre poner al final de los libros su coste y dónde los había comprado. Con sus continuas búsquedas llegó a reunir en Sevilla una biblioteca de más de 20.000 volúmenes y, como perfecto bibliófilo, los leía, llegando a adquirir gran renombre de sabio y estudioso en las materias de Cosmografía, Geografía, Viajes e Historia Natural.
Fernando Colón tenía tal percepción de la importancia de su biblioteca, que quiso se conservara, y dispuso en su testamento el legado de 100.000 maravedises para el sostenimiento de la misma, y que si su sobrino no la quería conservar pasara a la Metropolitana de Sevilla. Este sobrino, D. Luis, la tuvo en su poder, sin hacer caso de ella, hasta 1552, que pasó a la catedral, donde ya empezaron a perderse libros; en 1577, cuando Felipe II hizo que le entregasen los manuscritos originales de San Isidoro -conservados en esta biblioteca- para publicarlos, los mandatarios aprovecharon esta oportunidad para llevarse muchos libros.
El abandono de esta biblioteca fue tal, que en el siglo XVIII la tenían a su cargo los barrenderos de la catedral, y en el XIX D. Rafael Tabares cuenta cómo los chiquillos jugaban con los libros y que estos estaban debajo de goteras, donde se pudrían a más y mejor; en París se compró en más de un millón de francos un lote de códices de esta biblioteca, que el vendedor había adquirido en Sevilla en 10 pesetas.
De esta biblioteca, que sería, si se conservase como la dejó Colón, la mejor del mundo, y la cual constaba, como he dicho, de 20.000 volúmenes, se custodian escasamente hoy en la catedral de Sevilla unos 4.000.
Fernando Colón quiso legar a la humanidad un tesoro, y dejó hasta los medios económicos para ello; no lo consiguió, pero él mismo ya lo sabía. Suyas son estas palabras: … Que a pesar de todas las precauciones posibles nadie puede impedir que se roben libros, aunque estén atados con cien cadenas. Y también decía: Es más difícil guardar libros que guardar doncellas, porque si estas son recatadas y honestas, al llevárselas chillan; pero el libro se lo llevan y no puede chillar.»
Francisco Vindel
Manual de conocimientos técnicos y culturales para profesionales del libro
Marcial Pons – Librero (edición facsímil no venal)